Tal vez no pueda expresarlo, pero he llegado a creer que Sófocles escribió Antígona sólo para que ninguna otra mujer tuviera que inmolarse desgarrada entre leyes y la piedad, que para que nadie más tuviera que morir por amor es que fue escrito Romeo y Julieta y ese testamento inconsolable que se llama Anna Karenina. Todos los grandes poemas de entonces, desde las primeras epopeyas hasta los estremecidos versos de la Carta a Telémaco de Joseph Brodsky, perfectamente pueden ser leídos como el intento más extremo y desesperado por erigir desde este lado del mundo, desde el rostro martillado de lo humano, una misericordia sin fin que nos preserve de los sufrimientos que esos poemas narran. No ha sido así, y la agonía del lenguaje carga también con la sentencia de esta derrota.
Raúl Zurita
Un sujeto dividido que goza simultáneamente a través del texto de la consistencia de su yo y de su caída
Roland Barthes
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