Y el hablar entre líneas será nuestro juego
del destino -lo quiera o no lo quiera, oh deja ese
asunto y nuestra naturaleza imberbe; tu serás
mi rey debilísimo, yo seré tu reina no
tan voraz como para no poder escapar si se
le ocurre en una vuelta de llave, en un resplandor
de humores negros pero el mundo está sin llave por
no decir sin la organización necesaria para
una piedad necesaria como la Torre Eiffel que
no resistiría en pie si no fuese por su consentida
fealdad. Tú tratarás de custodiar este
pozo mío que es más profundo que el tuyo, pero el
agua
se ha vuelto demasiado cenagosa y yo no quiero
suspirar por lavejez de las lenguas toscanas.
Así que enderézate en tus botas bien forradas
con la piel de los animales más selectos y escucha
a mi corazón de goma y de arena ardiente
latir, si es que todavía late por un hombre. Yo me
lavo las manos y rimo a la manera antigua con una
modernidad
que no sospechaba en mis embrollos. Pero no
quiero arruinar mis ojos por nadie, yo,
dentro de su esqueleto-cercado. ¿Quieres que nos
marchemos? ¿Quieres
que jugueteemos? ¿Quieres que yo haga de hermana
mayor para todas esas infelices? O quieres que
me aclare la garganta entre estas cuatro pintorescas
paredes, entre la botella de una leche cortada,
y una vanidad aburrida, de desgranar sus brillantes
perlas de sonrisas todavía sin adjudicar.
Y la estética no será ya nuestra alegría nosotros
iremos en pos de los vientos con el rabo entre las piernas en un largo experimento.
(La libélula. Panegírico de la libertad, Sexto Piso, 2015)
que
del destino -lo quiera o no lo quiera, oh deja ese
asunto y nuestra naturaleza imberbe; tu serás
mi rey debilísimo, yo seré tu reina no
tan voraz como para no poder escapar si se
le ocurre en una vuelta de llave, en un resplandor
de humores negros pero el mundo está sin llave por
no decir sin la organización necesaria para
una piedad necesaria como la Torre Eiffel que
no resistiría en pie si no fuese por su consentida
fealdad. Tú tratarás de custodiar este
pozo mío que es más profundo que el tuyo, pero el
agua
se ha vuelto demasiado cenagosa y yo no quiero
suspirar por lavejez de las lenguas toscanas.
Así que enderézate en tus botas bien forradas
con la piel de los animales más selectos y escucha
a mi corazón de goma y de arena ardiente
latir, si es que todavía late por un hombre. Yo me
lavo las manos y rimo a la manera antigua con una
modernidad
que no sospechaba en mis embrollos. Pero no
quiero arruinar mis ojos por nadie, yo,
dentro de su esqueleto-cercado. ¿Quieres que nos
marchemos? ¿Quieres
que jugueteemos? ¿Quieres que yo haga de hermana
mayor para todas esas infelices? O quieres que
me aclare la garganta entre estas cuatro pintorescas
paredes, entre la botella de una leche cortada,
y una vanidad aburrida, de desgranar sus brillantes
perlas de sonrisas todavía sin adjudicar.
Y la estética no será ya nuestra alegría nosotros
iremos en pos de los vientos con el rabo entre las piernas en un largo experimento.
Amelia Rosselli
(La libélula. Panegírico de la libertad, Sexto Piso, 2015)
que
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