sábado, 27 de outubro de 2012

Lo-li-ta





Sally Mann retratando as nosas vidas (pasadas...)

O que vos digo... escrever en castelán é facer unha redacción para o colexio... aquí vai. 



A los doce.

Niñas que podrían ser Lolita,/ que son Lolita y que son aún más terribles. Expresiones adultas, sensuales y amenazantes. En su casa de muñecas, muñecas ellas, tamaño natural, en el jardín de la casa de papá y mamá, urbanización blanca, suburbio limpio, sexualidad más que latente, latiendo.
A veces dolor de mala vida, las que viven entre el barro.
Las que se disfrazan de más adultas, o viven en un mundo de hombres que sabemos salvaje durismo, por ejemplo la vaquera.
Mi favorita quizás la niña que se pone una peluca, y camina cual fantasma, por delantede un cuadro de guerra.
A veces se acerca a Francesa Woodman a veces es Deborah Paauwe con mucho menos atrezzo y sin color alguno, el blanco y negro de estas fotografías tomadas con una vieja cámara de fuelle es antiguo, pero los años en los que las ha retratado ocupan toda la década de los ochenta.
Los doce, esa edad en la que aún no somos ni hemos dejado de jugar. Los doce de la naturaleza y los padres, la sexualidad y lo cotidiano vivido como algo raro: la rutina empieza a aparecer, las épocas del año junto con las estaciones empiezan a ser nuestras, no como antes, en la niñez que perdemos todo contacto con el tiempo rreal y la fiesta del pueblo, una vez al año ya no viene como una ola esperadísima pero inesperada, si no que vislumbramos cuándo aparecerá.
Los chores nos empiezan a apretar, el blanco nos empieza a quedar mal, sabemos cuándo olemos mal, que los animales sufren, que lo bueno es bueno y lo malo es feo, que los amigos son lo más importante, pero empezamos a entrever que dedicaremos toda nuestra vida a convertir algo mucho más efímero en nuestro centro, y a negar su naturaleza de muerte, y a derrochar toda nuestra energía en soñarlo. Es el momento vital en el que aparecen el sexo y el amor, que tratamos de ocultar con el disfraz, con nuestros pequeños juegos aún de niña, con nuestro sexo imberbe, y nuestra soledad onanista /hedonista.
Los ríos son grises, las casas en el árbol existirán para siempre en nuestro recuerdo, la voz le cambará a él, nunca olvidaremos ese verano.
Los vaqueros nos reúnen con el deseo de ser como ellos, de saltar por el río, de cabalagr como papá. De ser uno más, y como sólo ellos, de pertenecer.



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