¿Por qué no me arrojo desde este acantilado en el que enferma de luna pasa horas acostada?
Sé
 que estos días me ofrecen asesinato como único futuro. No sólo los 
dedos sigilosos del frío me alejan de la acción, haciéndome aceptar la 
hipócrita esperanza de que puede haber algún remedio. Como Macbeth, no 
dejo de recordar que yo soy su anfrititona. Es pues el desayuno de la 
mañana, más que la sangre futura, lo que me 
ordena una paciencia fatal. La naturaleza, ramera perpetua, distrae con 
lo inmediato. Semejante falacia vuelve mis ojos huidizos, y surcando la 
cosquilleante hierba, me arrastro de vuelta a mi cama. 
 Elisabeth Smart 
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