Esa
actividad concierne al sujeto del poema, que es diferente al sujeto del
psicoanálisis o al de la filosofía (pero también al del “amor” a la poesía). El
sujeto del poema se singulariza en la oralidad: carga al signo con las
fuerzas del cuerpo e introduce afectos en los conceptos. En todo “nominalismo
de los vivos” hay sujeto de poema. También lo hay en la risa ética de la
teoría, que no es sino una reflexión sobre aquello que aún no sabemos. El
sujeto del poema subjetiva el lenguaje contra el orden, transformando y transformándose:
inventando vida virtuosa.
Esta
política depende de una crítica; de una crítica del ritmo al signo. Del ritmo,
sí, que es rastro del cuerpo en el lenguaje. Significante mayor: marca de las
fuerzas que animan y hacen decir a las palabras. La crítica del ritmo se rebela
contra el reino del signo autonomizado; contra el modo en el que el signo,
separado, se vuelve borrante del cuerpo.
Crítica
es guerra, sí: pero no polémica. Porque no se trata de vencer, sino de
historizar, de mostrar funcionamientos y de inventar. Crítica del genio de la
lengua (sea el hebreo o el griego, el alemán o el francés). Crítica del saber
interpretativo que extrae sentido de la letra y la palabra. Crítica, en
definitiva, del puro signo. Del modo en que el signo puro semiotiza lo social.
Crítica de lo teológico político. Del modo en el que lo “semio” (signo
espiritualizado) comanda el sentido.
De aquí
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